En este artículo se analizan dos de los ámbitos educativos de mayor influencia en la formación de los más pequeños: Familia y Escuela, con la existencia de una tercera parte, el Psicólogo ,que la mayoría de las veces no se encuentra presente para mediar los conflictos entre éstos y si se encuentra forma parte de la misma institución. Partimos de la hipótesis de que existe una relación indisociable entre la función educativa de la familia y la de la escuela, haciéndose necesario el entendimiento entre ambas. En este sentido abordamos las expectativas que los padres depositan en la escuela y la implicación de éstos en el aprendizaje del niño. Por otro lado, se reflexiona sobre la frustración y el desamparo de los profesores en la tarea de educar; la necesidad de su formación no sólo en las cuestiones didácticas, sino también en las relaciones éticas que éstos deben mantener con los niños y con los padres para favorecer la tan deseada cooperación familia y escuela, así como la tarea del psicólogo en sus tres ejes educativos.
¿Qué educación quieren los padres para sus hijos?
Mucho se está escribiendo sobre la realidad familiar tan cambiante que impera en estos días. La reducción del número de hijos, el incremento de las rupturas en las relaciones de pareja, las nuevas formas familiares emergentes, la influencia no siempre deseable de los medios de comunicación de masas, una mayor conciencia de la violencia intrafamiliar, la escasez de tiempo, el abandono familiar al que se ven sometidos los niños… ha despertado la voz de alarma social, recuperando el protagonismo y la importancia que las cuestiones familiares requieren. Todas estas transformaciones unidas a la pérdida de unos referentes ético-morales claros en el núcleo familiar y social, nos lleva a cuestionarnos sobre el modelo educativo que impera en las familias.
Hemos pasado de una realidad familiar aparentemente inmutable, predecible y controlable, a una situación familiar que se caracteriza por ser cambiante, impredecible y desconcertante (Hernández Prados, 2005). Nos encontramos metidos de lleno en una etapa de tránsito, en la que los modelos familiares tradicionales carecen de utilidad y caminamos a la búsqueda de nuevos patrones que puedan sustituirlos eficazmente. En este sentido, Aguilar Ramos (2002) considera que las familias necesitan un marco de referencia para guiar, orientar y educar a sus hijos, porque este mundo cambiante, de inestabilidad e incertidumbre fomenta inseguridad, miedo y confusión en los padres, ya que las viejas creencias, los valores vividos y la educación recibida parecen no servir para educar a la generación actual.
Los padres que han vivido un modelo educativo familiar excesivamente autoritario, tratan de huir de estos referentes en busca de una educación más liberal, menos restringida, renunciando a la autoridad sobre sus hijos y ejerciendo, en el menor de los casos, una disciplina “Light” o “diluida”. Cada vez con mayor frecuencia, los padres sienten desánimo o desconcierto ante la tarea de formar unas pautas mínimas de ciudadanía en sus hijos, abandonando esta función a los maestros y mostrando irritación ante los fallos de éstos (Savater, 1997). “Las nuevas corrientes y estilos de vida que se cuelan en el hogar a través de los medios de comunicación contradicen muchas veces los modelos paternos, introduciendo influencias que contribuyen a la erosión de creencias y convicciones bien establecidas” (Beltrán y Pérez, 2000).
Por otra parte, la jornada laboral de los padres es, la mayoría de las veces, incompatible con la jornada escolar, lo que imposibilita la participación de los padres en las actividades escolares de los hijos y se traduce por éstos y sus profesores, en un desinterés hacia su educación. Los niños que por naturaleza toman como referente a sus padres, tienden a imitar este desinterés y carecen de la motivación necesaria para tener un buen aprovechamiento en clase, incrementándose, a su vez, el aburrimiento y un mayor número de conflictos escolares.
Todos estos cambios en la organización familiar y otros de carácter cultural, parecen indicar que las familias actuales se implican menos en la educación de sus hijos. Sin embargo, Pérez-Díaz, Rodríguez y Sánchez (2001) consideran que la disminución del tiempo que los padres pasan con sus hijos no constituye un indicio sólido para concluir que la familia está perdiendo su papel como agente educativo y que los niños no siguen ocupando un lugar central en la vida familiar. Cabe reconocer que las familiar cumplen unas funciones orientadoras que garantizan la supervivencia de la especia y la perpetuación de una cultura y sociedad especificas (Musitu, 1996). A través de los vínculos familiares de parentesco; del sentimiento de permanencia, seguridad y acogida, de la normativa familiar, de las técnicas de disciplina… la familia va contribuyendo por un lado, a la construcción de la identidad personal del niño, y por otro, se van reforzando una serie de pautas y valores propios de la sociedad y la cultura en la que nos encontramos, una realidad compleja y contradictoria, en la que existen experiencias de valor y contravalor.
¿Qué hacen los profesores?
Tampoco la realidad escolar ha permanecido inmune a los cambios, la escuela para todos, obligatoria, no discriminatoria, pública y gratuita ha sido un invento del siglo XX. Desde entonces, la educación formal ha ido adquiriendo mayor protagonismo en el procesos de formación, maduración y capacitación de las personas, hasta el punto de ser objeto de debate político y encontrarse en el epicentro de la mayoría de los problemas sociales, este fenómeno de estar siempre en el punto de mira produce cierta inestabilidad e inseguridad en el profesorado, quien además ve cómo su labor profesional está sometiéndose, cada vez más frecuentemente, a continuas reformas ( Doménech, 2004).
Es cierto que los cambios políticos en educación prescriben ciertas formas de actuar asociados a una determinada concepción del hombre, pero tratar de culpabilizar a la escuela de todos los males es cuanto menos exagerado, inadecuado y exime a otros de su responsabilidad.
¿Cuál es la tarea primordial de la escuela?
Dentro de unas mismas coordenadas espacio-temporales, con unas características contextuales similares, existen distintas alternativas de realidad escolar, por eso, una de las cuestiones más importantes sobre la que debemos reflexionar es la finalidad última que se persigue en la escuela y que en definitiva constituye su función primaria y le confiere identidad. Formulado interrogativamente la cuestión seria ¿Cuál es la tarea primordial de la escuela?
1) ¿Preparar futuros profesionales para la sociedad, gestar técnicos capaces de dominar la materia física y la energía social, por ejemplo, hacer buenos ingenieros, médicos, abogados?
2) ¿preparar ciudadanos capaces de crear convivencia, participación, democracia, de responsabilizarse primero de la sociedad civil y después de dirigir la política?
3) ¿Preparar hombres que sepan qué son, quiénes son, qué pueden llegar a ser y deben hacer, siendo conscientes de su situación histórica y de su vocación personal?
¿Cuál de estos tres objetivos debe obtener primacía en la escuela: formar profesionales, formar ciudadanos o formar personas?, ¿Y cuáles son las instituciones que deben hacerse cargo de los otros aspectos que la escuela no pueda asumir: la familia, la sociedad, el poder político, la iglesia, etc.?
Las escuelas, hoy día, destinan mucho tiempo y esfuerzo a cuestiones administrativas, al cumplimiento de documentación, protocolos e informes, que más que favorecer el control externo de lo acontecido, queman al profesorado, síndrome de burnout, y perjudican la intervención con el niño. El centro escolar en un espacio más en el que se manifiestan los síntomas de una realidad social compleja y contradictoria (Ortega, 2001). Dicho de otro modo, las escuelas no son centros de información, sino centros de vida. Por lo tanto, los profesores deben intentar dar respuesta al conjunto de necesidades que se le plantean a los niños: integración escolar, problemas de autoestima, conflictos escolares, adaptación a las normas, fluidez de lenguaje, inseguridad para tomar decisiones, etc., no solamente la adquisición y dominio de unos conocimientos.
¿Qué educación quieren los padres para sus hijos?
Mucho se está escribiendo sobre la realidad familiar tan cambiante que impera en estos días. La reducción del número de hijos, el incremento de las rupturas en las relaciones de pareja, las nuevas formas familiares emergentes, la influencia no siempre deseable de los medios de comunicación de masas, una mayor conciencia de la violencia intrafamiliar, la escasez de tiempo, el abandono familiar al que se ven sometidos los niños… ha despertado la voz de alarma social, recuperando el protagonismo y la importancia que las cuestiones familiares requieren. Todas estas transformaciones unidas a la pérdida de unos referentes ético-morales claros en el núcleo familiar y social, nos lleva a cuestionarnos sobre el modelo educativo que impera en las familias.
Hemos pasado de una realidad familiar aparentemente inmutable, predecible y controlable, a una situación familiar que se caracteriza por ser cambiante, impredecible y desconcertante (Hernández Prados, 2005). Nos encontramos metidos de lleno en una etapa de tránsito, en la que los modelos familiares tradicionales carecen de utilidad y caminamos a la búsqueda de nuevos patrones que puedan sustituirlos eficazmente. En este sentido, Aguilar Ramos (2002) considera que las familias necesitan un marco de referencia para guiar, orientar y educar a sus hijos, porque este mundo cambiante, de inestabilidad e incertidumbre fomenta inseguridad, miedo y confusión en los padres, ya que las viejas creencias, los valores vividos y la educación recibida parecen no servir para educar a la generación actual.
Los padres que han vivido un modelo educativo familiar excesivamente autoritario, tratan de huir de estos referentes en busca de una educación más liberal, menos restringida, renunciando a la autoridad sobre sus hijos y ejerciendo, en el menor de los casos, una disciplina “Light” o “diluida”. Cada vez con mayor frecuencia, los padres sienten desánimo o desconcierto ante la tarea de formar unas pautas mínimas de ciudadanía en sus hijos, abandonando esta función a los maestros y mostrando irritación ante los fallos de éstos (Savater, 1997). “Las nuevas corrientes y estilos de vida que se cuelan en el hogar a través de los medios de comunicación contradicen muchas veces los modelos paternos, introduciendo influencias que contribuyen a la erosión de creencias y convicciones bien establecidas” (Beltrán y Pérez, 2000).
Por otra parte, la jornada laboral de los padres es, la mayoría de las veces, incompatible con la jornada escolar, lo que imposibilita la participación de los padres en las actividades escolares de los hijos y se traduce por éstos y sus profesores, en un desinterés hacia su educación. Los niños que por naturaleza toman como referente a sus padres, tienden a imitar este desinterés y carecen de la motivación necesaria para tener un buen aprovechamiento en clase, incrementándose, a su vez, el aburrimiento y un mayor número de conflictos escolares.
Todos estos cambios en la organización familiar y otros de carácter cultural, parecen indicar que las familias actuales se implican menos en la educación de sus hijos. Sin embargo, Pérez-Díaz, Rodríguez y Sánchez (2001) consideran que la disminución del tiempo que los padres pasan con sus hijos no constituye un indicio sólido para concluir que la familia está perdiendo su papel como agente educativo y que los niños no siguen ocupando un lugar central en la vida familiar. Cabe reconocer que las familiar cumplen unas funciones orientadoras que garantizan la supervivencia de la especia y la perpetuación de una cultura y sociedad especificas (Musitu, 1996). A través de los vínculos familiares de parentesco; del sentimiento de permanencia, seguridad y acogida, de la normativa familiar, de las técnicas de disciplina… la familia va contribuyendo por un lado, a la construcción de la identidad personal del niño, y por otro, se van reforzando una serie de pautas y valores propios de la sociedad y la cultura en la que nos encontramos, una realidad compleja y contradictoria, en la que existen experiencias de valor y contravalor.
¿Qué hacen los profesores?
Tampoco la realidad escolar ha permanecido inmune a los cambios, la escuela para todos, obligatoria, no discriminatoria, pública y gratuita ha sido un invento del siglo XX. Desde entonces, la educación formal ha ido adquiriendo mayor protagonismo en el procesos de formación, maduración y capacitación de las personas, hasta el punto de ser objeto de debate político y encontrarse en el epicentro de la mayoría de los problemas sociales, este fenómeno de estar siempre en el punto de mira produce cierta inestabilidad e inseguridad en el profesorado, quien además ve cómo su labor profesional está sometiéndose, cada vez más frecuentemente, a continuas reformas ( Doménech, 2004).
Es cierto que los cambios políticos en educación prescriben ciertas formas de actuar asociados a una determinada concepción del hombre, pero tratar de culpabilizar a la escuela de todos los males es cuanto menos exagerado, inadecuado y exime a otros de su responsabilidad.
¿Cuál es la tarea primordial de la escuela?
Dentro de unas mismas coordenadas espacio-temporales, con unas características contextuales similares, existen distintas alternativas de realidad escolar, por eso, una de las cuestiones más importantes sobre la que debemos reflexionar es la finalidad última que se persigue en la escuela y que en definitiva constituye su función primaria y le confiere identidad. Formulado interrogativamente la cuestión seria ¿Cuál es la tarea primordial de la escuela?
1) ¿Preparar futuros profesionales para la sociedad, gestar técnicos capaces de dominar la materia física y la energía social, por ejemplo, hacer buenos ingenieros, médicos, abogados?
2) ¿preparar ciudadanos capaces de crear convivencia, participación, democracia, de responsabilizarse primero de la sociedad civil y después de dirigir la política?
3) ¿Preparar hombres que sepan qué son, quiénes son, qué pueden llegar a ser y deben hacer, siendo conscientes de su situación histórica y de su vocación personal?
¿Cuál de estos tres objetivos debe obtener primacía en la escuela: formar profesionales, formar ciudadanos o formar personas?, ¿Y cuáles son las instituciones que deben hacerse cargo de los otros aspectos que la escuela no pueda asumir: la familia, la sociedad, el poder político, la iglesia, etc.?
Las escuelas, hoy día, destinan mucho tiempo y esfuerzo a cuestiones administrativas, al cumplimiento de documentación, protocolos e informes, que más que favorecer el control externo de lo acontecido, queman al profesorado, síndrome de burnout, y perjudican la intervención con el niño. El centro escolar en un espacio más en el que se manifiestan los síntomas de una realidad social compleja y contradictoria (Ortega, 2001). Dicho de otro modo, las escuelas no son centros de información, sino centros de vida. Por lo tanto, los profesores deben intentar dar respuesta al conjunto de necesidades que se le plantean a los niños: integración escolar, problemas de autoestima, conflictos escolares, adaptación a las normas, fluidez de lenguaje, inseguridad para tomar decisiones, etc., no solamente la adquisición y dominio de unos conocimientos.
¿Cuáles son las tareas del psicólogo?
El psicólogo dentro del ámbito educativo se enfoca principalmente en la prevención, asistencia y apoyo de docentes, equipo directivo, alumnos y padres de los mismos, para contribuir a la mejora de la calidad de la educación integral de la institución educativa. Sus principales funciones son propiciar un clima de salud para todos los miembros de la institución, así como también realizar una detección oportuna de las dificultades que interfieren en el desarrollo del proyecto educativo institucional.
En el contexto del proyecto educativo institucional se hace posible implementar los elementos de promoción de salud y prevención de conductas de riesgo, haciendo énfasis en aquellos problemas que tempranamente crean conflicto en la vida de los jóvenes como el embarazo precoz, la violencia o la ingesta de sustancias psicoactivas. En síntesis en la esfera educativa se favorecen los procesos de enseñanza/ aprendizaje hacia estilos de vida saludables. La salud también comprende la armonía que debe reinar entre los miembros de una comunidad educativa, maestros, padres y madres de familia y los educandos.
El objetivo principal es trabajar en el nivel preventivo, pero sin dejar de abordar el nivel asistencial y/o rehabilitación como eje de un proceso dinámico para los niveles individual, grupal, e institucional. Una institución educativa sana demuestra, generalmente a través de la ejecución de proyectos, interés por la salud de su comunidad escolar. Es decir, una escuela saludable es aquel Centro donde la comunidad educativa trabaja para mejorar la educación y la salud desarrollando conocimientos, habilidades destrezas y responsabilidades en el cuidado de la salud personal, familiar, comunitaria y del ambiente. Sin la colaboración de todos, la tarea es más difícil.
Existen distintos niveles de prevención: primarias, secundarias y terciarias.
a) Prevención Primaria: Abarca el conjunto de acciones que permiten mantener las condiciones óptimas de aprendizaje, y aquellas que tienden a controlar la aparición de factores perturbadores.
b) Prevención Secundaria: Se refiere al conjunto de procedimientos que coadyuvan para que no se agrave las dificultades ya existentes.
c) Prevención Terciaria: No se realiza en las instituciones educativas porque se trata específicamente de un abordaje terapéutico con el fin de reducir conflictos e intentar que no se reinstauren como un estado permanente a través de cursos específicos y generales
El abordaje preventivo en la institución escolar, se realiza desde las prevención primaria y secundaria, ambos niveles de prevención pueden estar dirigidos, tanto al sujeto como al contexto. La detección precoz, la orientación al sujeto, la familia y la institución educativa en los niveles de aprendizaje, posibilitan buscar el tratamiento si fuese necesario, derivándolo a lugares adecuados para la asistencia. Por esa razón existe la propuesta de trabajar con los alumnos de los primeros años el proceso de integración y adaptación a la unidad educativa. Para los grados intermedios se propone organizar grupos de reflexión y talleres sobre distintas temáticas y que sean propuestas por los mismos. Para los alumnos de los últimos grados, realizar actividades de esclarecimiento que sean dirigidas hacia las distintas orientaciones que tomaran en los niveles siguientes de su educación.
La relación familia-escuela en la actualidad
Es a finales del siglo XIX, con la industrialización, cuando se empiezan a vislumbrar las ventajas de que los niños estén juntos en la escuela para enseñarles valores sociales y prepararlos para su incorporación al mundo laboral. La escuela se convierte entonces, en un contexto de desarrollo de la infancia y adquiere pleno sentido plantearse el tema de las relaciones entre la familia y la escuela (García-Bacete, 2003). Familia y escuela son las dos caras de una misma moneda (unos hablan del hijo y otros del alumno, pero todos hablan del mismo niño), y sin participación no puede existir ni la escuela ni la familia como agentes educativos.
Se ha puesto de manifiesto que a través de la relación padres-escuela, los hijos no solamente elevan su nivel de rendimiento escolar, sino que, además, desarrollan actitudes y comportamientos positivos. De este modo, los hijos perciben la continuidad existente entre los objetivos educativos que les proponen los padres y los que les propone el centro escolar. Además los padres desarrollan actitudes positivas hacia el centro y el profesorado e incrementan su disposición a participar en el mismo a través de los causes previstos. Los profesores, por su parte, también modifican sus conductas en el sentido de que adquieren una mayor motivación por sus actividades y mantienen una mayor relación tutorial con los alumnos, que repercute en el rendimiento de éstos. (Siles, 2003).
Gran parte de las familias eligen el centro escolar de sus hijos en función de cuestiones externas al mismo, es decir, con la imagen de calidad y prestigio que el centro ofrece (Fernández, 2004). Además, existe una tendencia por parte de algunos padres, a no sentirse implicados en la educación de sus hijos. Se tiene a atribuir toda la responsabilidad de la educación al sistema educativo formal, cuando es a ellos a quienes en primer lugar corresponde (Pérez y Cánovas, 2002).
Gran parte de las familias eligen el centro escolar de sus hijos en función de cuestiones externas al mismo, es decir, con la imagen de calidad y prestigio que el centro ofrece (Fernández, 2004). Además, existe una tendencia, por parte de algunos padres, a no sentirse implicados en la educación de sus hijos. Se tiende a atribuir toda la responsabilidad de la educación al sistema educativo formal, cuando es a ellos a quienes en primer lugar corresponde (Pérez y Cánovas, 2002).
En ocasiones, los padres se forjan unas expectativas demasiado irreales sobre la contribución de los centros de enseñanza en la formación de sus hijos en el espíritu de trabajo, obediencia y responsabilidad. Por ello, abandonan en el centro escolar toda la educación de sus hijos, sin apenas informarse de lo que éstos hacen en el mismo (Cervera y Alcázar, 1995). Sin embargo, en cuanto surge un contratiempo de tipo académico o de comportamiento, los padres se convierten en clientes exigentes, como si la atención al hijo fuera un servicio contratado que ha dejado de funcionar bien.
La mejora de la relación familia-escuela
Establecer los padres con la escuela una particular relación de confianza, mediante la cual delegan autoridad, funciones, objetivos familiares, etc., en la institución a la que confían sus hijos. La relación que se entabla entre familia y escuela es tan peculiar que sólo cabe situarla en el marco de la confianza, como parte de la familia, una prolongación suya, adquiriendo así su pleno sentido. Esa relación de confianza es la que determina, matiza y da forma al binomio familia - escuela, que debe estar marcado por una actitud de responsabilidad compartida y complementaria en la tarea de educar a los hijos. Ello implica una verdadera relación de comunicación donde padres y maestros establezcan una vía abierta de información, de orientación, sobre la educación de los hijos, constructiva y exenta de tensiones por el papel que cada uno de ellos desempeña, obteniendo la ayuda en mediación del psicólogo.
En este sentido, la familia debe tener una actitud activa y participativa, más allá de las aportaciones puntuales de información sobre los hijos, en la medida que lo requieran los maestros: esto es, trabajar conjuntamente en la orientación de la persona en orden a un proyecto común de educación. Si no se produce ese acuerdo previo sobre cómo y para qué queremos educar a nuestros hijos, la disfuncionalidad en la relación padres-maestros y en el mismo proceso educativo, estará asegurada. Una escuela no puede limitar su actividad a los campos que sean de su exclusivo interés, sin atender a las necesidades de la familia. Esa peculiar relación de confianza-servicio es característica de la escuela.
REFERENCIAS
Aguilar Ramos, M.C. (2002). Familia y escuela ante un mundo en cambio. Revista con textos de educación. V. Octubre. 2002 pp. 202-215. Universidad de Rio Cuarto. Córdoba. Argentina
Cervera González, J.M. y Alcázar Cano, J.A. (1995). Las relaciones padres-colegio. Madrid: Ediciones Palabra.
Doménech Francesch, J. (2004). El debate sobre que aprender en la enseñanza obligatoria. Revista de padres y madres de alumnos, n° 80, Noviembre-Diciembre2004.
García-Bacete, F.-J. (2003). Las relaciones escuela-familia: Un reto educativo. Infancia y aprendizaje, Vol.26, n°. 4, pp. 425-437.
Hernández Prados, M.A y López Lorca, H. (2006). Análisis del enfoque actual de la cooperación padres y escuela. Universidad de Murcia. Aula Abierta n°87.
Hernández Prados, M.A. (2005). La tarea de educar en la familia. X congreso internacional de educación familiar: Fortalezas y debilidades de la familia en una sociedad de cambio. Universidad de las Palmas de Gran Canaria: Radio Ecca.
Musitu, G.;Román, J.M. y Gutiérrez, M. (1996). Educación familiar y socialización de los hijos, Barcelona: Idea books.
Savater, F. (1997). El valor de educar. Barcelona: Ariel.
Siles Rojas, C. (2003). La colaboración de los padres con la escuela. Revista Padres y Maestros, n°. 279, pp.10-14.
El psicólogo dentro del ámbito educativo se enfoca principalmente en la prevención, asistencia y apoyo de docentes, equipo directivo, alumnos y padres de los mismos, para contribuir a la mejora de la calidad de la educación integral de la institución educativa. Sus principales funciones son propiciar un clima de salud para todos los miembros de la institución, así como también realizar una detección oportuna de las dificultades que interfieren en el desarrollo del proyecto educativo institucional.
En el contexto del proyecto educativo institucional se hace posible implementar los elementos de promoción de salud y prevención de conductas de riesgo, haciendo énfasis en aquellos problemas que tempranamente crean conflicto en la vida de los jóvenes como el embarazo precoz, la violencia o la ingesta de sustancias psicoactivas. En síntesis en la esfera educativa se favorecen los procesos de enseñanza/ aprendizaje hacia estilos de vida saludables. La salud también comprende la armonía que debe reinar entre los miembros de una comunidad educativa, maestros, padres y madres de familia y los educandos.
El objetivo principal es trabajar en el nivel preventivo, pero sin dejar de abordar el nivel asistencial y/o rehabilitación como eje de un proceso dinámico para los niveles individual, grupal, e institucional. Una institución educativa sana demuestra, generalmente a través de la ejecución de proyectos, interés por la salud de su comunidad escolar. Es decir, una escuela saludable es aquel Centro donde la comunidad educativa trabaja para mejorar la educación y la salud desarrollando conocimientos, habilidades destrezas y responsabilidades en el cuidado de la salud personal, familiar, comunitaria y del ambiente. Sin la colaboración de todos, la tarea es más difícil.
Existen distintos niveles de prevención: primarias, secundarias y terciarias.
a) Prevención Primaria: Abarca el conjunto de acciones que permiten mantener las condiciones óptimas de aprendizaje, y aquellas que tienden a controlar la aparición de factores perturbadores.
b) Prevención Secundaria: Se refiere al conjunto de procedimientos que coadyuvan para que no se agrave las dificultades ya existentes.
c) Prevención Terciaria: No se realiza en las instituciones educativas porque se trata específicamente de un abordaje terapéutico con el fin de reducir conflictos e intentar que no se reinstauren como un estado permanente a través de cursos específicos y generales
El abordaje preventivo en la institución escolar, se realiza desde las prevención primaria y secundaria, ambos niveles de prevención pueden estar dirigidos, tanto al sujeto como al contexto. La detección precoz, la orientación al sujeto, la familia y la institución educativa en los niveles de aprendizaje, posibilitan buscar el tratamiento si fuese necesario, derivándolo a lugares adecuados para la asistencia. Por esa razón existe la propuesta de trabajar con los alumnos de los primeros años el proceso de integración y adaptación a la unidad educativa. Para los grados intermedios se propone organizar grupos de reflexión y talleres sobre distintas temáticas y que sean propuestas por los mismos. Para los alumnos de los últimos grados, realizar actividades de esclarecimiento que sean dirigidas hacia las distintas orientaciones que tomaran en los niveles siguientes de su educación.
La relación familia-escuela en la actualidad
Es a finales del siglo XIX, con la industrialización, cuando se empiezan a vislumbrar las ventajas de que los niños estén juntos en la escuela para enseñarles valores sociales y prepararlos para su incorporación al mundo laboral. La escuela se convierte entonces, en un contexto de desarrollo de la infancia y adquiere pleno sentido plantearse el tema de las relaciones entre la familia y la escuela (García-Bacete, 2003). Familia y escuela son las dos caras de una misma moneda (unos hablan del hijo y otros del alumno, pero todos hablan del mismo niño), y sin participación no puede existir ni la escuela ni la familia como agentes educativos.
Se ha puesto de manifiesto que a través de la relación padres-escuela, los hijos no solamente elevan su nivel de rendimiento escolar, sino que, además, desarrollan actitudes y comportamientos positivos. De este modo, los hijos perciben la continuidad existente entre los objetivos educativos que les proponen los padres y los que les propone el centro escolar. Además los padres desarrollan actitudes positivas hacia el centro y el profesorado e incrementan su disposición a participar en el mismo a través de los causes previstos. Los profesores, por su parte, también modifican sus conductas en el sentido de que adquieren una mayor motivación por sus actividades y mantienen una mayor relación tutorial con los alumnos, que repercute en el rendimiento de éstos. (Siles, 2003).
Gran parte de las familias eligen el centro escolar de sus hijos en función de cuestiones externas al mismo, es decir, con la imagen de calidad y prestigio que el centro ofrece (Fernández, 2004). Además, existe una tendencia por parte de algunos padres, a no sentirse implicados en la educación de sus hijos. Se tiene a atribuir toda la responsabilidad de la educación al sistema educativo formal, cuando es a ellos a quienes en primer lugar corresponde (Pérez y Cánovas, 2002).
Gran parte de las familias eligen el centro escolar de sus hijos en función de cuestiones externas al mismo, es decir, con la imagen de calidad y prestigio que el centro ofrece (Fernández, 2004). Además, existe una tendencia, por parte de algunos padres, a no sentirse implicados en la educación de sus hijos. Se tiende a atribuir toda la responsabilidad de la educación al sistema educativo formal, cuando es a ellos a quienes en primer lugar corresponde (Pérez y Cánovas, 2002).
En ocasiones, los padres se forjan unas expectativas demasiado irreales sobre la contribución de los centros de enseñanza en la formación de sus hijos en el espíritu de trabajo, obediencia y responsabilidad. Por ello, abandonan en el centro escolar toda la educación de sus hijos, sin apenas informarse de lo que éstos hacen en el mismo (Cervera y Alcázar, 1995). Sin embargo, en cuanto surge un contratiempo de tipo académico o de comportamiento, los padres se convierten en clientes exigentes, como si la atención al hijo fuera un servicio contratado que ha dejado de funcionar bien.
La mejora de la relación familia-escuela
Establecer los padres con la escuela una particular relación de confianza, mediante la cual delegan autoridad, funciones, objetivos familiares, etc., en la institución a la que confían sus hijos. La relación que se entabla entre familia y escuela es tan peculiar que sólo cabe situarla en el marco de la confianza, como parte de la familia, una prolongación suya, adquiriendo así su pleno sentido. Esa relación de confianza es la que determina, matiza y da forma al binomio familia - escuela, que debe estar marcado por una actitud de responsabilidad compartida y complementaria en la tarea de educar a los hijos. Ello implica una verdadera relación de comunicación donde padres y maestros establezcan una vía abierta de información, de orientación, sobre la educación de los hijos, constructiva y exenta de tensiones por el papel que cada uno de ellos desempeña, obteniendo la ayuda en mediación del psicólogo.
En este sentido, la familia debe tener una actitud activa y participativa, más allá de las aportaciones puntuales de información sobre los hijos, en la medida que lo requieran los maestros: esto es, trabajar conjuntamente en la orientación de la persona en orden a un proyecto común de educación. Si no se produce ese acuerdo previo sobre cómo y para qué queremos educar a nuestros hijos, la disfuncionalidad en la relación padres-maestros y en el mismo proceso educativo, estará asegurada. Una escuela no puede limitar su actividad a los campos que sean de su exclusivo interés, sin atender a las necesidades de la familia. Esa peculiar relación de confianza-servicio es característica de la escuela.
REFERENCIAS
Aguilar Ramos, M.C. (2002). Familia y escuela ante un mundo en cambio. Revista con textos de educación. V. Octubre. 2002 pp. 202-215. Universidad de Rio Cuarto. Córdoba. Argentina
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Doménech Francesch, J. (2004). El debate sobre que aprender en la enseñanza obligatoria. Revista de padres y madres de alumnos, n° 80, Noviembre-Diciembre2004.
García-Bacete, F.-J. (2003). Las relaciones escuela-familia: Un reto educativo. Infancia y aprendizaje, Vol.26, n°. 4, pp. 425-437.
Hernández Prados, M.A y López Lorca, H. (2006). Análisis del enfoque actual de la cooperación padres y escuela. Universidad de Murcia. Aula Abierta n°87.
Hernández Prados, M.A. (2005). La tarea de educar en la familia. X congreso internacional de educación familiar: Fortalezas y debilidades de la familia en una sociedad de cambio. Universidad de las Palmas de Gran Canaria: Radio Ecca.
Musitu, G.;Román, J.M. y Gutiérrez, M. (1996). Educación familiar y socialización de los hijos, Barcelona: Idea books.
Savater, F. (1997). El valor de educar. Barcelona: Ariel.
Siles Rojas, C. (2003). La colaboración de los padres con la escuela. Revista Padres y Maestros, n°. 279, pp.10-14.